domingo, 14 de marzo de 2010

Y vuelo, vuelo alto y el viento que levanto me sabe a verano, a sol, a noche, me sabe a las hogueras que enciendo, me sabe a las olas que me tocan, que se van y vuelven.
Me sabe a ese vaivén justísimo que dice que si no saltas una las siguientes tardan un solo segundo en llegar.

Ahora estoy en la orilla y se me acercan.
La primera me trae un olor a mar purísimo y se me pega a la piel en un abrazo libre y salado.
La segunda parecía retirarse vencida pero llega y me lame los pies codiciosa y abierta.
La tercera me fue invisible hasta que me salpicó la cara y me despertó hambrienta y fantástica.

Las olas que me envuelven también me marean, también me calman, me alcanzan me inspiran, me desnudan y alguna me logra.

Cuál de ellas me cure me lo susurrará el tiempo, el mismo que no tenemos el mismo que no te cedo, el que me sirve para curarme el que me dice que la orilla del mar está rebosante de imágenes, momentos, caricias, huídas, recuerdos y otros bálsamos para olvidar.

sábado, 13 de marzo de 2010

the swell season, the moon



La hizo ir y venir.Le dio la vuelta varias veces.Puso su rutina patas arriba.Domesticó sus apetitos, sorbió su cuerpo y luego desapareció.

La dejó naufragando en preguntas, en recuerdos inacabados, torturada por la frustración de no tenerle los labios sin reserva.

Al cabo de un tiempo la recordó tibia y cimbreante como el fondo del mar y volvió a buscar sus brazos generosos, lascivos.

Volvieron a verse.

Ella lo recibió cálida, sin réplicas y esa noche se cobró los silencios bebiéndole la piel con urgencia, impaciente. Transportándolo a una explosión de placer en la atracción centrifugueante y fogosa de sus caderas. Tomándolo sin dejar un centímetro sin asolar, sin ceder ni un segundo en el dominio brutal y violento con el que lo poseyó esa noche.


Después, saciada el hambre y calmados los demonios incontenibles de su sexualidad, por primera vez desde que empezó a desearlo sintió la boca seca y el cuerpo sobado. El abrazo en el que estaban le pareció acartonado y postizo. Le sobraban las atenciones y la perspectiva de dormirse a su lado se le antojó un fastidio, un mosquito pegajoso en la piel sudada.

Ella se escurrió entre las sábanas, se vistió torpemente, tropezando con los muebles, temiendo que él se despertara y la atrajera hacia sí. Antes de alcanzar la calle ya se preguntaba dónde se había quedado la parte de sí mima que tiempo antes se deshacía por sus ojos marrones.
Caminó hacia su casa para bañarse en agua caliente y abundante y, con ella, se borró del cuerpo las últimas huellas de ese amor fulgurante, de ese amor desproporcionado y fugaz que él le despertó con astucias y le curó con silencios. Cuando cerró el grifo ya no recordaba los sabores de las noches que compartieron.


Y fue entonces, sólo entonces, perdida la capacidad de hipnotizarla... cuando él comenzó a amarla sin tregua ni posibilidad.